Fue un día cualquiera como hoy cuando me dieron el positivo a la prueba de VIH.
Siempre me he hecho pruebas, pero nunca pensé que algo positivo me sentaría como algo negativo, más bien, como un jarro de agua fría. Sabía algo del VIH a pesar de no tener mucha información, había estado con personas seropositivas, alguna vez “se me había ido la pinza” con el uso del preservativo como a mucha gente le pasa, pero nunca pensé que me iba a tocar en primera persona.
Cuando me dieron los análisis fui al hospital Virgen del Rocío, al servicio de pares, para confirmar el resultado y es cuando me encontré a ese guía, ese ángel de la guarda. Digo esto por todo el proceso que contaré más adelante.
Mi vida era normal, pero después de algo más de media hora el VIH me dio el “sí quiero”. Se había casado conmigo sin yo saberlo y ahora tenía dos opciones: lo dejaba todo (lo que viene siendo TODO) o le plantaba cara al problema.
En aquel momento no podía emitir una sola palabra, todo eran dudas y miedos. Tenía miedo, mucho miedo. Se me pasaron todas y cada una de las relaciones sexuales que tuve por la mente, mi familia, mi presente y mi futuro. Fue en ese momento en el que decidí no pensar y asumirlo. Asumir que no había hecho nada intencionado, que no había hecho nada malo y que iba a ser algo que formara parte de mi vida como mi color de ojos, el color de mi pelo, mi personalidad… Algo más con lo que convivir que, a algunos les gustará y a otros no, pero que es mío, personal y, si lo decidía, intransferible.
Tenía información, por una de las parejas que tuve, pero no imaginaba lo que posteriormente vendría. Esa mañana hablé con el que sería mi médico delante de mi ángel de la guarda, este ángel me guió por todo el proceso que tienes que pasar el primer día. Seguía con miedo pero un poco más seguro de mí. Al principio no recibí tratamiento antirretroviral, esas famosas pastillas que conseguirían la normalidad en mi vida. Me preocupaban los efectos secundarios, tomar una pastilla toda la vida, el estigma, etc… Pero ¿y tener la posibilidad de no transmitir nada a nadie? ¿Y la posibilidad de ser feliz sin que el VIH fuera un problema?
Para la siguiente visita me propuse tomar el tratamiento, que el VIH no iba a ser un enemigo. Comencé con unas pastillas que me hicieron estar muy inestable durante un mes pero al comunicárselo a mi médico me las cambió, dándome unas con las que pude desarrollar mi vida con normalidad. Todo iba viento en popa pero mi miedo era cuando conocía a alguien interesante. ¿Cómo se lo digo? ¿Cuándo se lo digo? ¿Se irá corriendo?
Pasó el tiempo y llegó la gran noticia: “Felicidades, eres indetectable”. Sabía que si llegaba a ese estado tomándome cada día la pastilla, conseguiría no transmitir nada a nadie.
Hoy en día el VIH no es tan alarmante como hace unas décadas. Antes la gente estaba alerta del peligro porque la enfermedad tenía un desenlace fatal, pero hoy todo ha cambiado y se puede vivir una vida plena con VIH.
Con la ciencia tan avanzada y la sociedad tan poco, debido a la escasez de campañas, una de las soluciones que ayudaría a erradicar la serofobia y el sida sería que todos nos hiciéramos las pruebas de VIH. Si cada persona nos hiciéramos las pruebas, se detectaría el virus de forma temprana, evitando así el gasto de un ingreso en el hospital, que otras personas se puedan infectar y, por no saberlo llegar a fase sida (no tener casi defensas).
A parte de esto, se conseguiría indetectabilidad (bajando la carga viral comunitaria), es decir, se evitaría transmitir el virus a NADIE, pero ¿y si además de ser indetectables las personas que somos seropositivas, también se ofrece prevenir al resto de la población la posibilidad de acceder a “ esa pastilla anticonceptiva del VIH”? Lo que no entiendo es cómo los gobiernos no nos facilitan ese tratamiento que se conoce como “PrEP” que, para que nos entendamos, es la pastilla anticonceptiva pero del VIH. Saben que el condón no es efectivo para todo el mundo y se arriesgan a que cada día se infecten diez personas en España, y más concreto, en Andalucía dos.
A día de hoy, sólo me preocupo en tomar mi medicación e ir al médico cuando me toca y este siempre va a facilitarme la vida, como ese ángel de la guarda que forman parte del programa de pares en los hospitales para no desubicarte. Trabajan para orientarte y echarte una mano en cuestiones relacionadas con el tema en el propio hospital.
Sigo acostándome cada noche soñando con un mundo mejor, un mundo en el que todas las personas estén informadas y que el VIH no sea un problema sino, como he dicho antes, algo más con lo que convivir.
*Testimonio de un usuario de Adhara, gracias por ser parte de nosotros.